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Juan Atarés: una víctima que merece un recuerdo 20 años después

Poco antes de la Navidad de 1985 una etarra disparó en la nuca a don Juan Atarés mientras caminaba por la Vuelta del Castillo. General en la reserva de la Guardia Civil, tenía 67 años, estaba casado y era padre de 7 hijos. Una "luchadora por la libertad" lo remató con dos tiros en la cabeza cuando estaba en el suelo. La criminal se llamaba Mercedes Galdós Arsuaga, y en 2005 ha salido de la cárcel, vive entre nosotros y circula ya por nuestras calles, sin haberse arrepentido jamás, porque algún político decidió que el asesinato fuese barato en España.

Recuerdo vagamente aquel momento y aquellos días. Porque yo vivía frente a la víctima, pasaba cada día cuatro veces por el lugar de su sacrificio para ir al colegio, y éramos de la misma parroquia. Aún sigue en activo alguno de los políticos que fueron aquella tarde de diciembre de 1985 a Nuestra Señora de la Paz, y también alguno de los que no se atrevieron a ir al funeral. También ellos lo recordarán, porque entonces los funerales eran diferentes; aún no era políticamente correcto estar con las víctimas, aún se entraban a valorar las ideas y actitudes de los asesinados, aún había complejos, muchos complejos y muchos miedos, y más con un hombre como Atarés.

Hubo mucha gente en aquel funeral, aunque no estaban todas las personas y personalidades que después han solido ir. Hubo mucha gente, pero sólo algunos tuvieron el coraje de señalar con el dedo a los asesinos nacionalistas de Atarés, que había muerto con la dignidad de un soldado, cumpliendo con el juramento prestado como sólo puede hacerlo un hombre entero. Atarés, vivo y muerto, era incómodo, como eran entonces para algunos las víctimas de ETA, y algunos prefirieron que se olvidase rápidamente el crimen. Veinte años después, se echa de menos la dignidad institucional que entonces no se dio a aquella víctima, y la liberación de su asesina no nade más que agravar la sensación de injusticia.

Muchos vecinos de la Vuelta del Castillo recordarán que, después de la muerte de Atarés, su familia y algunos amigos insistieron durante un tiempo en señalar con una cruz, una bandera nacional y unas flores el lugar exacto del delito. Una y otra vez manos anónimas, llenas de odio y de ignorancia, retiraban aquellos símbolos sencillos de homenaje a un hombre de honor; una y otra vez eran renovados, hasta que cesó la disputa. Hoy nada recuerda el crimen ni a la víctima, ni en ese ni en ningún lugar de la ciudad.

En realidad, el olvido es aún más grave porque sí hay cosas que recuerdan a Juan Atarés. Lo recuerda, sobre todo, la libre circulación de su asesina, la misma que mató con sus manos a tantos otros, también en Pamplona. Y si la asesina es libre y la víctima es olvidada, ¿estaremos construyendo la paz sobre la justicia o será, simplemente, un paso hacia la victoria de los criminales? Los políticos que estaban en su funeral, y los que no estaban, y los que estuvieron pero habrían preferido no estar, ¿son conscientes de que no hacer nada, en este caso, es favorecer los intereses de ETA?

ETA dice que está librando una guerra. No creo que sea importante entrar en el debate sobre el nombre que tiene lo que la banda nacionalista hace y ha hecho; lo importante es saber que, aunque deje de hacerlo, ha definido dos bandos. Si hay dos bandos, con certeza, Juan Atarés estaba en el de los buenos, y quiero que sea el mío también. ¿Quién se declara más cerca de la asesina Galdós que de las víctimas? Porque olvidar a éstas, a cualquiera de éstas, es dar la razón a su verdugo.

Veinte años después España tiene un presidente del Gobierno que da la razón a los asesinos. Porque negociar con ellos y maltratar a las víctimas, a las vivas y a las muertas, no es sino darles la razón. Podremos dar miles de vueltas a este asunto, pero la cuestión es sólo una: si se admite que ETA tenía hace veinte años la mínima partícula de razón para matar a Juan Atarés, o que la víctima no merece un recuerdo infinitamente mayor y más digno que el trato recibido por cualquier etarra, o que el hipócritamente llamado "fin de la violencia" que mató al general puede tener un precio político de cualquier tipo, estaremos dando la razón a ETA. Y a quien comparte con ETA objetivos políticos o alianzas.

Veinte años después, Arnaldo Otegi se permite presumir en público de su fuerza política frente a Zapatero, y hacerlo además en nombre de Navarra. Navarra, la tierra sobre la que murió Atarés, ve su futuro comprometido por los asesinos de entonces y por los tímidos, tibios y cobardes de entonces y de ahora. Sin embargo, precisamente en este aniversario y precisamente en estas fechas, es más fácil poner remedio simbólico al problema, desde la sociedad navarra.

Una calle, una plaza, un monumento, una placa, un árbol, una cruz, un premio: no sé qué es mejor ni realmente importa mucho qué sea, pero Juan Atarés merece algo que lo conmemore en la capital de Navarra. Recordar a Atarés -como otras víctimas tienen ya su recuerdo, y no debemos entrar en comparaciones de mérito- es tanto como vacunarnos todos contra una victoria de Mercedes Galdós. En esta Navidad, el general Atarés lleva dos décadas en el olvido de los hombres y en el calor del Niño; porque queremos muchas Navidades más en paz y en libertad, recordar su sacrificio es la mejor manera de impedir que haya sido en vano.

Pascual Tamburri.
Doctor en Historia.
Vicepresidente de la Fundación Leyre