Humanismo y Democracia: la raíz histórica del problema
La noticia política del verano navarro es, hasta hoy, el escándalo que tiene como protagonista a quien fue consejero de Bienestar Social y después delegado en Madrid del Gobierno de Navarra. Durante años fue también, según parece, director, patrono y coordinador de la Fundación Humanismo y Democracia, con base en Madrid y actividades en distintos países. No conozco a esta persona ni el detalle de sus actividades, y merece, además de la presunción de inocencia, el mayor de los respetos porque ha intervenido en una política como la nuestra, difícil y desagradecida, en años espinosos. Vaya esto por delante.
El Departamento de Bienestar Social del Gobierno de Navarra ha llegado a la conclusión de que se produjeron unas cuantas infracciones graves en la gestión por la Fundación en cuestión del dinero público con el que fue subvencionada. Esas irregularidades, además, parece que implican a altos funcionarios forales, incluso por cuestiones de incompatibilidad. Es aún, por desgracia, una cuestión confusa, por la misma opacidad de la gestión de estas ONG.
Pero dejemos en manos de los interesados y de la Asesoría Jurídica los detalles del caso concreto. Deseemos la inocencia, pero imaginemos por un momento lo peor, aún no demostrado: que todo el conjunto de acusaciones, que podrían llegar a ser de naturaleza penal en algunos casos, fuese cierto. Ante eso cabe pensar en una deslealtad personal, en malos ejecutores de una buena intención; o por el contrario que el desenlace fuese de temer desde un principio.
Todo lleva a pensar en la segunda, y menos preferible, opción. Hace un tiempo ya hubo un enfrentamiento político a cuenta de que el mismo político navarro era consejero de MTS Tobacco y de Sodena, y de que participó en gestiones comerciales en el Irak de Sadam Hussein junto a otros miembros de la Fundación. Más que una excepción, la mezcla de política y negocios parece una tendencia inevitable, más que de estas personas concretas -cuya inocencia debemos suponer- de todos los aparatos de poder democristianos.
La Fundación Humanismo y Democracia es la fundación "de los democristianos" desde antes de morir Francisco Franco. Tiene como misión "la divulgación, a escala institucional y personal, de los ideales humanistas, demócrata-cristianos y comunitarios sobre los que fue erigida." Nunca ha tenido detrás un grupo humano grande en número, pero en su dirección han estado Javier Tussell, Javier Rupérez, Javier Arenas, Fernando Álvarez de Miranda, nuestro difunto Íñigo Cavero u Óscar Alzaga. Mucho, si un lee sus currículos, incluyendo el empresarial; algo menos si se consideran las elecciones que han sido capaces de ganar en primera persona.
Es muy significativo, como ya advirtió hace años José Basaburúa en un artículo polémico sobre los católicos en la vida pública, que al refundir José María Aznar en FAES todas las ONG y fundaciones del centro derecha nacional sólo quedase excluida "Humanismo y Democracia", con su propia dinámica económica, con su propio gestor -navarro- y con el aval de tan sonoros nombres políticos, que tan pocos votos representan pero que tanta influencia tienen, o tenían.
Humanismo y Democracia, además de sus discutidos proyectos en Bolivia y Santo Domingo, ha hecho muchas otras cosas. Por ejemplo, editar libros, tan significativos como "Una cierta idea de España" de Rupérez, o el "Ideario popular democrático" de Javier Tusell. El problema de algunos democristianos -ahorrémonos los ejemplos dolorosos y concretos de otros países, pero a fe que abundan; bástenos la doctrina subyacente en esos y otros libros- no es que a veces sus actividades sean dudosas; es que su concepción de la política es divergente de la del centro derecha posible y deseable en 2005.
Hay un problema, evidente desde Italia a Chile y desde España a Austria, de entrelazamiento de lo político y de lo empresarial. Hay un problema de egocentrismo, como ha dicho Antonio Martín Beaumont, buen conocedor de este gremio, de fe ciega en representar la única derecha posible y legitimada, y la única vía de acción política de los católicos -dos presunciones tal falsas como nefastas. Hay un problema de solidaridades, porque los democristianos, con ser pocos, tratan siempre de colocarse en el centro del negocio y de apoyarse unos en otros por las buenas o por las malas.
Y esto es así desde siempre. No hay que ver en todo esto, ni en la trayectoria anterior de la democracia cristiana española, un cúmulo de errores o de desviaciones respecto a un buen camino. El problema es -lo estamos viendo en Navarra- el camino mismo. Tengo amigos que, diciendo ser democristianos, son honestos, patriotas, católicos y en todo caso buenas personas. Pero la DC como tal es lo que ha demostrado ser, desde los confusos inicios en Trento de Alcide De Gasperi, donde partido, sindicato, parroquia, empresa y palacio arzobispal eran todo uno, sin ninguna ventaja para los trabajadores católicos a quienes se exigía el voto y el silencio.
Callemos por caridad lo mucho que se puede decir sobre la responsabilidad de José María Gil Robles en el desastre de 1936; pero miremos al otro lado de nuestras fronteras, desde Don Sturzo hasta hoy, pasando por aquel Giorgio La Pira que se desvivía por acercarse a los comunistas, por el liberticida Mario Scelba, por el malogrado Aldo Moro que pactó con Berlinguer, por nuestro inefable mediador Francesco Cossiga. Una congregación que utiliza indebidamente el nombre de Cristo para hacer política y que de la democracia reverencia sólo la palabra y el concepto, quedando temerosos siempre del pueblo y de su voluntad real.
Como se dijo hace un siglo, los democristianos son creyentes que cuando hacen política reniegan de la fe. Sin embargo, a pesar de sus defectos, y a pesar de problemas políticos como éste que ha generado "Humanismo y Democracia", no se les debe pagar con la misma moneda. No son el centro de la derecha española, porque democráticamente así son las cosas. Pero sí son una parte válida y necesaria del centro derecha, unido por unos principios comunes siempre que los democristianos acepten ser unos más, y sólo eso, dentro de una necesaria derecha plural. Tras el caos político que han ocasionado en otros países con su centralismo orgulloso y sus corruptelas nos ha tocado a nosotros sufrir este pequeño escándalo. Que sea para bien, para que todos asumamos la necesidad de contar con los demás y todos recordemos, en el caso de Navarra, que los ciudadanos apuestan por una UPN nacida y crecida como partido social, patriótico, plural, foral y de signo cristiano. Pero no democristiano.
Pascual Tamburri